Hoy celebro en el corazón el cumpleaños de quien siempre sentí que fue mi segunda mami, mi Meche. Ella fue conmigo esa abuelita de los cuentos: la que me preparaba mi comida preferida y riquísimos postres, la que me tejía chalinas, chales, gorritos y todo lo que sus palitos de tejer pudieran crear, la que me podía recoger sin importar la distancia y me tenía alguito rico para comer, la de la propina para los viajes y la de los incontables engreimientos. Mi querida Meche ya partió a su viaje eterno pero al recordarla, mi corazón tiene una mezcla de sentimientos donde la sonrisa le gana a las lágrimas. El 6 de abril siempre le di un regalo y hoy les daré de regalo a ustedes algunas de las enseñanzas que ella me dejó:
Secretos de cocina: Mi Meche fue la mejor chef que pude conocer.
Nunca he probado platos más ricos que los de ella. Siempre me dijo que cuando
uno cocina con el corazón las comidas salen muy ricas, aunque sea la primera
vez que las prepares. Los postres salen más dulces y las comidas más
exquisitas. Las recetas nunca las seguía al pie de la letra, porque siempre
decía que le debía agregar su toque personal. Me enseñó a cocinar probando su
comida mientras cocinaba y añoro poder tener algo de su sazón. Me enseñó que la
comida siempre se puede salvar, y puede quedar deliciosa.
“A Dios rogando y con el mazo dando”: Mi Meche tenía una memoria muy buena, y
con eso venían los mejores refranes que fui aprendiendo poco a poco. Ahora ya
no se escuchan mucho, son creo una práctica antigua pero muy buenos para
entender cosas lógicas. Teníamos una conexión muy especial entre las dos; ella
los comenzaba y yo los terminaba. Ahora yo los digo y trataré de enseñárselos a
mis hijas para que no se pierdan en el tiempo. Lo más divertido es descubrir
los significados. Les doy algunos para que puedan empezar: “A buen entendedor,
pocas palabras bastan”; “A caballo regalado, no se le mira el diente”; “De
noche, todos los gatos son pardos” y así miles de ellos.
Mi abuela, mi cómplice: Tener una abuela, es tener una cómplice.
Recuerdo una vez que pegué chicle en la ropa de mi mamá. Sólo mi abuela me pudo
ayudar a resolverlo; mi mamá se fue la cielo y nunca lo supo. Las abuelas son
las mejores cómplices que Dios te puede regalar. Era mi escape de los fines de
semana para ir al engreimiento total en cada etapa de mi vida. Aún casada y con
hijas iba a su casa para conversar. Cuando se convirtió en bisabuela ya no
podía hacer todo sola, pero encargaba que le compraran chocolates a mis hijas o
algún detalle para ellas; estoy segura que su mayor premio fue conocer a cinco
bisnietos.
La mayor huella
que ella dejó en mí, fue tener su recuerdo en el corazón y saber como debo ser
yo cuando sea la abuela de mis nietas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario