miércoles, 11 de abril de 2018

Sumercé, “Un tintico por favor”.




Cuando recién llegué a Bogotá leía en los cafés de los centros comerciales “Tinto” en las pizarras en donde se ofrecían los productos, y pensé que los colombianos consumían mucho vino “tinto” como parte de su dieta diaria. Recuerdo que incluso pensé: “Claro, el vino siempre lo recomiendan después del almuerzo. Son muy saludables porque siempre lo deben consumir.” Hasta que llegué a uno de los cafés a comprarme un “ponqué” – quequito- y un señor pidió un “tinto” y le dieron un café americano - porque si pedía “café” se lo darían con leche, cosa que luego aprendí. En ese momento me di cuenta que debía aprender muchas cosas del país en el que iba a vivir.

En estos meses he aprendido muchas palabras, como por ejemplo: bonice – que en peruano es “chup”; aromática – para referirse a todos los filtrantes como manzanilla, hierbaluisa y otros por el estilo; y mucha palabras más. Sería bien “berraco” terminar el año y no entender los chistes en Colombia. Estoy segura que seguiré aprendiendo más el paisa con mis parces.

Sin embargo, además de reír de mis anécdotas como escuchar “marica” – cuando se llaman entre amigos o “culicagao” -  para referirse a un niñito que está haciendo una travesura; estoy aprendiendo muchas cosas buenas, dignas de imitar, de este país que nos ha acogido con mucho amor y respeto.

Las bicis se respetan: Cerca de mi casa hay un cruce de avenidas muy grandes, en donde los semáforos dirigen el tránsito. Cada cierto rato entre el bullicio de los carros, porque casi no se escuchan bocinas por más “trancón” que haya, se escucha el silencio de las bicis. Un semáforo señala el pase única y exclusivamente de las bicicletas; tanto automóviles, transporte público y transeúntes tenemos que parar para que las personas que van en bicicleta puedan avanzar. Las personas que usan bicicleta no son sólo universitarios, son de todas las edades, con ternos, vestidos, trajes lindos; con lluvia o sin lluvia. ¡Qué gran ejemplo!

¡Cuánto verde!: En esta ciudad aprecio la cantidad de árboles. Los cerros están llenos de ellos, las avenidas tienen árboles muy altos y jardines en las calles. Parques de todos los tamaños muy bien conservados, en donde los niños, si no hay lluvia pueden jugar felices y libres.

¡Qué divinas – las mujeres!: He tenido la oportunidad de conocer a muchas amigas colombianas. Cada día aprendo de su seguridad al hablar y el sentimiento de amor a su país. Son mujeres valientes que no temen expresar sus ideas y que junto a sus esposos deciden apostar por una Colombia en paz. Mujeres elegantes en su caminar y agradables en su trato. Cálidas para recibir extranjeras y hacerlas sentir como en casa. Mujeres preocupadas por su nación y al mismo tiempo por sus familias.

¡Qué pecado! Sería no recomendar este destino a todos los que nos siguen. Cada día aprendo más en estas tierras colombianas. Mis hijas me responden: “Mande” o “Si Señora” y me doy cuenta que ellas están más inmersas que yo en esta nueva cultura; disfrutando más de este país en donde “¡el riesgo es, que te quieras quedar!”.

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